Mis encuentros con Gilgamesh (2)

— Gilgamesh en la universidad —

Años después, mientras rastreaba las huellas del misterio por las selvas conceptuales de la filosofía académica, encontré en la biblioteca de la Universidad de Barcelona un ejemplar del Poema de Gilgamesh traducido con esmero por un gran especialista en civilizaciones antiguas. La lectura de las primeras páginas me dejó impresionado. Allí estaba, desafiando las flechas del tiempo, el mítico rey de Uruk,

«… aquel que todo lo

ha visto,

aquel que ha conocido lo profundo, que ha

sabido todas las cosas,

que ha examinado, en su totalidad, todos los misterios».[1]

Y también estaban en aquellas páginas Ninsun y Shamhat y, por supuesto, Enkidu —el amigo incondicional—, que surgió del barro, vivió en la estepa con los animales y un buen día, de repente, adquirió conciencia de sí mismo y razón.

Enkidu me pareció, desde el primer momento, un personaje fascinante. Encarnaba, de una manera rotunda, el enigma de la realidad, de la vida y de la persona. Había nacido del barro y, por tanto, su existencia estaba arraigada en la materia; había convivido con los animales y, por tanto, formaba parte de la naturaleza. Sin embargo, una mañana, al despuntar la claridad del alba, el joven había abierto los ojos a la luz del entendimiento y, de golpe, se había convertido en el inquilino de un nuevo mundo. Aquel día, las bestias de la estepa huyeron de su lado.

Ahora lo veía todo muy claro, Enkidu y Gilgamesh eran las sombras literarias de nuestra propia humanidad y, a través de ellos, se abrían paso algunas de las inquietantes preguntas que se agitan en los abismos del asombro. ¿Qué es la realidad? ¿Qué es la vida? ¿Quién soy yo? ¿Qué sentido tiene todo esto?

Fue entonces cuando me di cuenta de que el Poema de Gilgamesh era, en cierto modo, como una ondulante cortina de palabras que cubría un ventanal abierto a lo ignoto. Las aventuras de los protagonistas ocupaban, desde luego, el primer plano, pero a través de la trama narrativa se filtraba sin dificultad una luz misteriosa; un sutil resplandor, que inundaba la conciencia e incendiaba el pensamiento. Leer la historia de Gilgamesh y Enkidu era como acercar la llama de una vela a un reguero de pólvora. Sus vidas iluminaban nuestras vidas.

Años atrás, en la biblioteca de Granollers, Canetti me había hablado de Gilgamesh, pero ahora eran Gilgamesh y Enkidu los que hablaban conmigo. Y en sus voces milenarias reconocí, conmovido, el límpido reflejo de mis propias inquietudes y de mis esperanzas más osadas.

[1] La primera edición que leí del Poema de Gilgamesh fue la Federico Lara Peinado, que es la que ahora cito en esta página.

 

MIS ENCUENTROS CON GILGAMESH*

 

Gilgamesh en la biblioteca (1)

Gilgamesh en el museo (3)

 

*Los tres artículos de la serie Mis encuentros con Gilgamesh tienen su origen en el último capítulo del libro:

La realidad recreada.