Mis encuentros con Gilgamesh (3)

— Gilgamesh en el museo —

Más tarde, lo he mencionado en el primer capítulo del libro La realidad recreada, me encontré con el rey Asurbanipal en una exposición dedicada a la fundación de la ciudad. Hacía años que trabajaba en el sector de la educación —en el ámbito de los museos— y me movía a mis anchas entre la historia, el arte, la filosofía y la pedagogía. Me encantaba aprender y enseñar, y disfrutaba elaborando las propuestas educativas y los guiones de las visitas escolares a las exposiciones.

En el caso de «La fundación de la ciudad. Mesopotamia, Grecia y Roma» todas las piezas que integraban la muestra eran muy significativas, y algunas de ellas, además, eran realmente extraordinarias. Pero una estela, plagada de signos cuneiformes, me impresionó desde el primer momento. La escritura cubría toda la rugosa faz de la piedra y atravesaba con delicadeza la hierática figura del rey. En aquella obra, cargada de historia, el armonioso cuerpo de Asurbanipal emergía de la piedra al mismo tiempo que los caracteres cuneiformes se hundían en ella. Era como si la materia, la forma y el significado se hubiesen aliado con el firme propósito de hacer visible un secreto ancestral. La estela parecía decirme: «no olvides nunca que todos y cada uno de los aspectos con los que la realidad se hace presente en tu vida son importantes, y recuerda siempre, aunque te parezca una paradoja, que hay una intrínseca unidad en esa extraña diversidad».

Así pues, que la materia sea fundamental para hacer obras de arte, tan fascinantes como la estela de Asurbanipal, no resta un ápice de valor ni a las formas esculpidas en la piedra ni a las palabras grabadas en ella. Cada uno de esos aspectos, grados o escalas de realidad cumple una función en nuestras vidas y, de una manera u otra, es nuestra propia vida la que hace que esas realidades se manifiesten tal como lo hacen. Por eso, cuando no logramos comprender algo, solemos tener la impresión de sumergirnos en una incómoda y perturbadora oscuridad. Lo incomprensible, con su inquietante presencia, nos hace notar los límites del mundo conocido y nos descubre sin remilgos que, más allá de nuestro cosmos familiar, existe una realidad indómita: un misterio que asombra e intimida.

La estela de Asurbanipal —en la que aparecía representado el célebre rey que había mandado construir la espléndida biblioteca de Nínive— me permitió acercarme, de nuevo, a los reinos de lo incomprensible y, de un modo indirecto y elusivo, me enseñó una inolvidable lección de humildad.

A partir de ese día intenté conciliar mi afán de saber con la íntima convicción de que todo conocimiento tiene una frontera y de que, nos parezca bien o mal, todas nuestras certezas habitan en el interior de recintos amurallados sujetos al péndulo del tiempo. No dudo de que esas esas magníficas ciudadelas conceptuales sean realmente útiles, pero lo cierto es que no creo que ninguna de ellas puede contener toda la realidad.

 

MIS ENCUENTROS CON GILGAMESH*

 

Gilgamesh en la biblioteca (1)

Gilgamesh en la universidad (2)

 

*Los tres artículos de la serie Mis encuentros con Gilgamesh tienen su origen en el último capítulo del libro:

La realidad recreada.